"LA INTOLERANCIA SE CURA VIAJANDO"

jueves, 4 de febrero de 2016

"Que la vida va y viene y que no se detiene y... ¿qué se yo?"


Sois muchos los que a lo largo de los últimos meses me habéis animado a volver a escribir en el blog, pero la verdad es que un día por otro y una cosa por otra cosa... ¡ha pasado un año!

No sé si os pasará a vosotros, pero siempre he tenido la sensación de que el tiempo es un concepto subjetivo. A veces pasa muy rápido y no te enteras, y otras estás deseando que corra el reloj porque cada segundo se convierte en una eternidad. Pero incluso así, cuando el tiempo ha pasado la perspectiva cambia y desearías que aquéllo que pasó tan rápido hubiera durado una eternidad, y lo que pareció ser una eternidad tampoco no fue para tanto. En fin, que como decía la canción: que la vida va y viene y que no se detiene y... qué sé yo!

Pero precisamente hoy me daba por pensar en esta última parte de la frase. Vale, la vida pasa (más rápido de lo que debería para mi gusto), tenemos mil idas y venidas, momentos malos y buenos, jugamos, salimos, reímos, vemos la tele, estudiamos, trabajamos, comemos, dormimos... pero al final de todo esto: ¿qué sé yo? ¿qué he aprendido yo de todo esto? 


Es curioso como con el paso de los años vamos aprendiendo a desaprender. Cuando eres niño crees que saber son cuatro cosas muy sencillas: saber atarte los cordones, saber comer tú solito, saber leer. En la adolescencia llega el pico de la sabiduría: tú ya lo sabes todo y eres lo suficientemente mayor y maduro como para que nadie te tenga que enseñar nada. Según se va calmando el pavo y empieza a aparecer la vida real, empiezas a darte cuenta de que tampoco sabías tanto, y ahí es cuando más o menos coincide con la época en la que te convencen (que no te convences), de que saber es estudiar: la selectividad, la universidad, las notas, los exámenes. Sabe más el que mejores notas tiene o antes acaba la carrera. Estudias (o haces que estudias), y cuando finalmente parece que ya has conseguido saberlo todo la dura realidad te lanza al vacío del mundo laboral. Ahí vuelves a darte cuenta de que tampoco sabías tanto y te toca desaprender muchas cosas para volver a aprender de nuevo, y ahí es cuando muchos de nosotros, fisioterapeutas, entramos en la fase de inquietud formativa: un curso, otro curso, un máster, un posgrado, y cuantos más mejor. El saber no ocupa lugar, dicen. Ya no hago ciertas cosas porque eso "es antiguo" y yo sé mucho más: gomas, bosus, cintas, agujas, ganchos, aparatos, más aparatos... Fines y más fines de semana (y unos cuantos euros...) "invertidos" en formación. Pero como cualquiera de las otras fases, ésta también tiene su ocaso. Algún que otro baño de cruda realidad y la experiencia de los años te vuelve a enseñar que toca volver a desaprender: tantas cosas sé, tan técnico soy y tan bueno me creo, que se me han olvidado las cosas más básicas e importantes. Se me ha olvidado que a veces una mano en el hombro y mirar a los ojos en vez de teclear en el ordenador es más efectivo que 3 Másters y un doctorado. Otra vez a desaprender. Y todo esto por no hablar de la fase de la paternidad (para los que deciden pasar por ella): preguntas, te cuentan, lees libros, blogs, documentales sobre el embarazo, los hijos, la educación, y tienes bien claro que sabes cómo hay que hacerlo, de hecho no sabes por qué hay gente que lo hace tan mal siendo tan simple. Pero, otra vez más, la criaturita sale y te devuelve a tu camino de desprendizaje: tendrás que tirar de tu conocimiento innato y de tu instinto de padre para recorrer el camino del desaprendizaje... una vez más. Y pasamos de dar importancia al "saber", a dársela al "tener sabiduría". Y no es poco el matiz. 



Los años pasan, y a veces me pregunto si estaremos invirtiendo nuestro tiempo de manera correcta y dedicándolo a las cosas importantes de verdad. ¿De verdad aprovechamos nuestra vida, o nos sentamos en el tren a esperar a que llegue la última estación? Tengo la sensación de que hay gente que ni siquiera se atreve a mirar por la ventanilla del tren de la vida, no vaya a ser que vea otros paisajes. Comentan que hay incluso otros trenes con otras rutas diferentes, más divertidas y con otros pasajeros por conocer, pero que esos trenes solo te los cruzas muy de vez en cuando y debes montar en ellos en marcha o habrás perdido tu oportunidad.


Los trenes van y vienen y no se detienen, y... ¿qué se yo? Yo sé que todos los trenes llevan a la misma estación, pero todas las experiencias y vivencias que me lleve en este viaje habrán valido la pena. Y yo no me pienso perder ni una. En ello estoy.





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